Apoyada contra la pared, la marioneta se sacudió el polvo de encima y miró a su alrededor. Todo seguía igual: muerto. Aún recordaba la emoción antes de actuar, la vitalidad de su titiritero que hacía que su voluntad no fuera individual, que fuera la suma de los dos. Pero todo había acabado, cada vez había menos ilusión, ya ningún niño se interesaba por la marioneta, los entretenimientos clásicos habían sido olvidados en favor de los nuevos y relucientes juguetes llenos de botones y sonidos. Y finalmente el titiritero había encontrado una actividad nueva, olvidándose de la pobre marioneta con quien tanto había compartido.
Sumida en sus pensamientos, la marioneta se levantó y empezó a caminar, paseando por buhardilla en la que se encontraba. Se tropezó y cayó sobre la rodilla. Las lágrimas acudieron a sus ojos, no por el golpe, sino por su vida condenada a la inmovilidad.... ¿Se había caído? ¿Podía moverse?
Sin pensarlo dos veces la marioneta se levantó y empezó a dar vueltas y saltos. ¡Podía moverse! No necesitaba al titiritero, podía seguir su vida... aunque tenía miedo, sentía que la perspectiva de volver al mundo era demasiado grande. Pero el títere no iba a rendirse, no pensaba pasar su vida sentado en una esquina esperando a que su viejo amo le rescatara. Con decisión, abrió una pequeña ventana llena de polvo y salió al mundo exterior.
2 comentarios:
Buenísimo.
Mmmmmm está riau. Es raro pero mola. Me ha recordado a Pinocho (ya sé que es una tontería que no tiene nada que ver, pero se me ha venido a la cabeza y así pues mira, el comentario me queda más largo :P).
Publicar un comentario