El rumor del mar al golpear embravecido contra el acantilado apenas se oía en las profundidades de la cueva que se encontraba en su base sumergida. Sin embargo, cada embestida provocaba un pequeño temblor en las paredes cubiertas de conchas y algas.
De repente, un golpe algo más fuerte provocó el derrumbe de parte del techo. Asustada, la muchacha se volvió y nadó hacia las piedras recién caídas para comprobar los daños que habían causado en los jarrones de porcelana que descansaban sobre el lecho marino. Un nuevo temblor hizo que cayeran más rocas y se precipitaran directamente hacia la atemorizada chica. Con un movimiento rápido empezó a girar sobre sí misma, evitando las piedras. Sin embargo, al intentar detenerse no pudo y comprobó cómo la fuerza del mar la arrastraba en círculos cada vez más rápidos...
Desesperada, intentó buscar un punto de agarre, pero su cabello la envolvía como un mar negro y le impedía ver más allá de sus manos, que intentaban apartar algún mechón de pelo sin conseguirlo. El remolino aumentaba más y más de velocidad empujándola hacia el techo de piedra que se acercaba alarmantemente rápido. Intentó un nuevo movimiento, un nuevo quiebro que la sacara del torbellino que tan estrechamente la abrazaba. El cansancio era cada vez mayor, cerró los ojos y se dejó llevar, asumiendo que nada podía hacer ya para librarse de lo que el destino guardara para ella.
El frío de la brisa marina al chocar con su mojado cuerpo le hizo abrir los ojos un instante antes de sentir el golpe sobre la roca. Se agarró con angustia a la rebaladiza piedra, intentando no dejarse arrastrar por las olas intentaban arrastrarla de nuevo. De pronto, todo se calmó. Con miedo, apartó el cabello de su cara y miró al mar. La tormenta había pasado y el mar volvía poco a poco a su tranquilo transitar.
Exhausta, se tumbó en la roca y dejó que el sol que asomaba entre las nubes secara sus escamas mientras ella recuperaba la respiración.
De repente, un golpe algo más fuerte provocó el derrumbe de parte del techo. Asustada, la muchacha se volvió y nadó hacia las piedras recién caídas para comprobar los daños que habían causado en los jarrones de porcelana que descansaban sobre el lecho marino. Un nuevo temblor hizo que cayeran más rocas y se precipitaran directamente hacia la atemorizada chica. Con un movimiento rápido empezó a girar sobre sí misma, evitando las piedras. Sin embargo, al intentar detenerse no pudo y comprobó cómo la fuerza del mar la arrastraba en círculos cada vez más rápidos...
Desesperada, intentó buscar un punto de agarre, pero su cabello la envolvía como un mar negro y le impedía ver más allá de sus manos, que intentaban apartar algún mechón de pelo sin conseguirlo. El remolino aumentaba más y más de velocidad empujándola hacia el techo de piedra que se acercaba alarmantemente rápido. Intentó un nuevo movimiento, un nuevo quiebro que la sacara del torbellino que tan estrechamente la abrazaba. El cansancio era cada vez mayor, cerró los ojos y se dejó llevar, asumiendo que nada podía hacer ya para librarse de lo que el destino guardara para ella.
El frío de la brisa marina al chocar con su mojado cuerpo le hizo abrir los ojos un instante antes de sentir el golpe sobre la roca. Se agarró con angustia a la rebaladiza piedra, intentando no dejarse arrastrar por las olas intentaban arrastrarla de nuevo. De pronto, todo se calmó. Con miedo, apartó el cabello de su cara y miró al mar. La tormenta había pasado y el mar volvía poco a poco a su tranquilo transitar.
Exhausta, se tumbó en la roca y dejó que el sol que asomaba entre las nubes secara sus escamas mientras ella recuperaba la respiración.