Una ráfaga de viento empujó la falda hacia adelante, hinchándola como si pretendiese secuestrar a su dueña y llevarla lejos. La muchacha se apartó los oscuros mechones de pelo que se enredaban ante sus ojos y volvió su mirada hacia el cielo encapotado.
Las nubes grises corrían haciendo competiciones intentando atrapar al nubarrón azulado que descansaba pesado y perezoso delante de ellas. Un solitario rayo de sol asomó entre los brazos de los cumulos intentando, infructuosamente, abrirse paso entre el mar de ovejas cargadas de lluvia.
Una nueva racha de viento hizo que la muchacha sujetara la falda que la intentaba arrastrar desde la cima de la loma hacia el cielo. Al hacerlo, un mar de negras olas rodeó su cabeza, danzando al ritmo del aire. Con una sonrisa en los labios enganchó algunos de los mechones tras su oreja y giró la cara hacia el sol dejando que su brillo bañara su nívea piel y extrajera rojizos reflejos de los mechones rebeldes que nadaban a su alrededor.
La carrera en el cielo seguía, y la nube de cabeza consiguió llegar finalmente a su destino, ocultando el sol y provocando la envidia de sus hermanas, que no tardaron en alcanzarla, ocultando los últimos jirones de cielo azul que quedaban a la vista.
El aire se volvió más frío, soplando cada vez con más fuerza. La muchacha abrió los ojos y los dirigió hacia en techo de nubes grises que iban desde el blanco puro hasta un tono azul en el que casi podían distinguirse las gotas a punto de caer. Bajó la vista al campo que había a sus pies y tuvo que ahogar un grito de sorpresa al descubrir que también era gris. No un gris frío y apagado como el de las nubes, era un gris cálido, marrón y verdoso a un tiempo, vibrante, lleno de vida que espera con anhelo un regalo.
El frío contacto de una gota traviesa que le caía por la cara hizo que la muchacha saliera de su mudo asombro y volviera su vista al cielo justo a tiempo para ver cómo otro par de gotas caían sobre ella. Cerró los ojos y sintió cómo se deslizaban frías por su mejilla y su garganta para perderse más allá del cuello. Sonriendo de nuevo, cogió sus zapatos y caminó descalza hacia la pradera gris, perdiéndose lentamente entre las hierbas altas, mientras la lluvia la abrazaba con suaves caricias.
Las nubes grises corrían haciendo competiciones intentando atrapar al nubarrón azulado que descansaba pesado y perezoso delante de ellas. Un solitario rayo de sol asomó entre los brazos de los cumulos intentando, infructuosamente, abrirse paso entre el mar de ovejas cargadas de lluvia.
Una nueva racha de viento hizo que la muchacha sujetara la falda que la intentaba arrastrar desde la cima de la loma hacia el cielo. Al hacerlo, un mar de negras olas rodeó su cabeza, danzando al ritmo del aire. Con una sonrisa en los labios enganchó algunos de los mechones tras su oreja y giró la cara hacia el sol dejando que su brillo bañara su nívea piel y extrajera rojizos reflejos de los mechones rebeldes que nadaban a su alrededor.
La carrera en el cielo seguía, y la nube de cabeza consiguió llegar finalmente a su destino, ocultando el sol y provocando la envidia de sus hermanas, que no tardaron en alcanzarla, ocultando los últimos jirones de cielo azul que quedaban a la vista.
El aire se volvió más frío, soplando cada vez con más fuerza. La muchacha abrió los ojos y los dirigió hacia en techo de nubes grises que iban desde el blanco puro hasta un tono azul en el que casi podían distinguirse las gotas a punto de caer. Bajó la vista al campo que había a sus pies y tuvo que ahogar un grito de sorpresa al descubrir que también era gris. No un gris frío y apagado como el de las nubes, era un gris cálido, marrón y verdoso a un tiempo, vibrante, lleno de vida que espera con anhelo un regalo.
El frío contacto de una gota traviesa que le caía por la cara hizo que la muchacha saliera de su mudo asombro y volviera su vista al cielo justo a tiempo para ver cómo otro par de gotas caían sobre ella. Cerró los ojos y sintió cómo se deslizaban frías por su mejilla y su garganta para perderse más allá del cuello. Sonriendo de nuevo, cogió sus zapatos y caminó descalza hacia la pradera gris, perdiéndose lentamente entre las hierbas altas, mientras la lluvia la abrazaba con suaves caricias.
2 comentarios:
Me ha encantado tu historia, es tan fácil hacerse una imagen visual de lo que cuentas...
Te dije que no se repetiría pero lo he leído, y está riau. Y como dice samael, me he imaginado el grupo de nubes bailando de verdad en el cielo. A todo esto, era el cumpleaños del campo? Cómo puede ser un color un tempo musical? Era un gris de 128 tonos?
Y bueno, la palabra rara de esta vez ha sido: "nívea", quiero pensar que es como blanquecino, pero mi mente sólo se queda en el producto de belleza.
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