Escucha la música hasta que la cantante empieza a cantar, entonces, lee:
La opresión en el pecho me despertó. Comprobé que, de nuevo, estaba respirando por la boca y ni así podía llenar de aire mis pulmones. Cerré la boca y sentí la lengua seca y áspera. Intenté humedecerla pero no pude.
Alargué la mano hasta la mesita de noche, cogí la botella de agua y bebí. Estaba caliente y sabía a cloro. Con una mueca tragué el agua y bebí de nuevo. Cuando sacié mi sed me pasé la lengua, que había vuelto a ser suave y viscosa, por los labios y los noté agrietados, tal y como esperaba. Dejando la botella de nuevo en la mesilla me volví a acostar.
Al principio conseguí respirar regularmente, pero pronto volví a tener dificultades. Intenté aspirar de nuevo, incapaz de conseguir que el aire pasara a través de mi pecho silbante. Giré sobre mí misma, poniéndome de lado. Mala idea. Un acceso de tos me obligó a sentarme en la cama, sacudiendo mi cuerpo mientras esperaba a que se pasara.
Un regusto a óxido me llenó la boca. Me toqué los labios con mano temblorosa y encendí la luz. Transparente. No era sangre, pero el regusto en el fondo de mi garganta seguía. Y no era lo único que había allí. También estaba el picor. Como si miles de bichos microscópicos se retorcieran por el interior de mi garganta, justo donde no podía llegar.
Volví a beber agua, pero sabía que no se irían, tendría que aguantar otra noche de despertar asfixiada, de espamos y toses, de arañazos autoinflingidos en la garganta. Cogí el inhalador sin mucha convicción y lo usé. Algo haría... aunque no lo suficiente.
La opresión en el pecho me despertó. Comprobé que, de nuevo, estaba respirando por la boca y ni así podía llenar de aire mis pulmones. Cerré la boca y sentí la lengua seca y áspera. Intenté humedecerla pero no pude.
Alargué la mano hasta la mesita de noche, cogí la botella de agua y bebí. Estaba caliente y sabía a cloro. Con una mueca tragué el agua y bebí de nuevo. Cuando sacié mi sed me pasé la lengua, que había vuelto a ser suave y viscosa, por los labios y los noté agrietados, tal y como esperaba. Dejando la botella de nuevo en la mesilla me volví a acostar.
Al principio conseguí respirar regularmente, pero pronto volví a tener dificultades. Intenté aspirar de nuevo, incapaz de conseguir que el aire pasara a través de mi pecho silbante. Giré sobre mí misma, poniéndome de lado. Mala idea. Un acceso de tos me obligó a sentarme en la cama, sacudiendo mi cuerpo mientras esperaba a que se pasara.
Un regusto a óxido me llenó la boca. Me toqué los labios con mano temblorosa y encendí la luz. Transparente. No era sangre, pero el regusto en el fondo de mi garganta seguía. Y no era lo único que había allí. También estaba el picor. Como si miles de bichos microscópicos se retorcieran por el interior de mi garganta, justo donde no podía llegar.
Volví a beber agua, pero sabía que no se irían, tendría que aguantar otra noche de despertar asfixiada, de espamos y toses, de arañazos autoinflingidos en la garganta. Cogí el inhalador sin mucha convicción y lo usé. Algo haría... aunque no lo suficiente.
1 comentario:
El problema de no poder respirar es que me agobio y me cuesta más. Cuando consigo calmarme, a veces duermo algo (si no, me moriría o algo).
Y respecto al ebastel, tomo el forte todas las noches... y ni por esas.
Paciencia y mucho café, es lo que me queda :(
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