lunes, 25 de octubre de 2010

¿Un día como otro cualquiera? (Capítulo V)


Menuda noche que llevo... y sólo acaba de empezar, pensó Raphael mientras auscultaba al paciente. Un atropello con fuga, una pelea a navajazos entre hermanos, una embarazada sexagenaria de parto y ahora esto, una traqueotomía chapucera hecha por una rata de laboratorio en un pub.
- Ángel... -susurró el paciente.
- ¿Perdone? Señor... Brooks, ¿se encuentra usted bien? ¿sabe dónde está?
- ¿Donde... está... el ángel? - preguntó con dificultad el paciente mientras abría los ojos.
- Tranquilícese, soy el doctor Raphael Breuer. Está en un hospital, no intente hablar. ¿Puede seguir la luz? - Está delirando, mierda, ¿tendrá un derrame por la caída?- pensó Raphael mientras movía una pequeña linterna delante de los ojos.

Tras varias comprobaciones más, Raphael se relajó. El señor Brooks empezó a contestar coherente y todo parecía estar bien. Llamó a un enfermero y le pasó el historial actualizado del paciente.
- Señor Brooks...
- Llámeme Johnny, por favor.
- Bien, Johnny. Le han practicado una traqueotomía de emergencia que le ha salvado la vida, pero que puede infectarse. Así que vamos a darle antibióticos y a tenerle en observación, ¿de acuerdo?
- Sí,... pero... ¿dónde está el ángel de la muerte?
- ¿Perdón? - ¿ángel de la muerte?¿dónde he leído yo eso? se preguntó Raphael.
- Ehm... quien me mat... la persona que me salvó.
- ¡Ah! La chica que le practicó la traqueotomía está en la sala de espera - señaló Rick, el enfermero -. No la hemos dejado pasar porque no era familia.
- ¿Quiere usted que vayan a buscarla?
- Sí, por favor.
- ¿Quiere que vaya a buscarla yo, doctor? - preguntó Rick.
- No, me acercaré yo, quiero hablar con ella sobre la "intervención".

Raphael salió de la habitación moviendo la cabeza - ángel de la muerte, ¿de qué me suena?- y se encaminó a la sala de espera. Había poca gente a esas horas, un par de personas esperando entrar en urgencias y una chica. La chica era joven, más bien regordeta y con el pelo castaño y liso; esperaba sentada en uno de los bancos mientras jugaba nerviosa con un mechón de cabello.
- Hola, soy el doctor Breuer, ¿es usted amiga del señor Brooks?
- ¿El señor Brooks? Ehms...¿el alma perdida? digo... ¿Johnny?
- Sí,... Le realizó una traqueotomía en mitad de un bar, ¿no?
- Pues... sí, bueno, se estaba ahogando... se había atragantado... un accidente y... y... simplemente actué.
- Y lo hizo muy bien, dadas las circunstancias. ¿Es usted médico, señorita...?
- Williams, Martha Williams. Y no, bueno, sí. Estudié medicina -contestó la muchacha sonrojándose-, pero ahora mismo trabajo en el laboratorio de farmacéutico de la Universidad.
- ¡Ah! - No iba tan desencaminado con lo de rata de laboratorio después de todo, pensó con una sonrisa-. Su... amigo pregunta por usted, por favor, venga conmigo.
Raphael acompañó a Martha hasta la habitación y después se dirigió hasta la sala de enfermeras. Mientras pensaba en la extraña pareja.
- ¿Cómo se encuentra la señora Diane Smith?
- La milagrosa Sarah evoluciona perfectamente. Y el pequeño también está bien. - le contestó una de las enfermeras.
- ¿Sarah? - preguntó Raphael con un temblor en la voz.
- Sí,como en la Biblia, la mujer de Abraham que dio a luz tan mayor...
- Ehm... claro, claro, Sarah, jeje... discúlpame.
A paso ligero Raphael se dirigió hasta el cuarto de baño y vomitó. Ahora recordaba dónde había leído lo del ángel de la muerte. Con manos temblorosas metió una mano en el bolsillo de su camisa y sacó un papel doblado. Lo extendió completamente y releyó lo que había allí escrito.

Instrucciones para la redención: Raphael, ángel de la enfermedad
Si no cumple las siguientes instrucciones fallecerá irremediablemente en 10 días.
1º Salvar a Abel de las manos de Caín.
2º Ayudar a Sarah a dar a luz.
3º Parar la caída de Lucifer, el ángel de la muerte.
4º Matar a Nabucodonosor, alma perniciosa.
...

Pero, ¿qué estaba pasando? Todo este follón parecía sacado de una teleserie barata y sin embargo... Una nueva nausa le retorció el estómago y se inclinó sobre el váter justo a tiempo.

viernes, 22 de octubre de 2010

¿Un día como otro cualquiera? (Capítulo IV)






Sábado, 20:30

Martha abrió la puerta del laboratorio y se asomó con cuidado. No había nadie. Sin hacer ruido cerró la puerta con llave tras de sí y se acercó a su mesa. Su cara se reflejó en una de las vidrieras. Vaya cara de muerta.

Había pasado toda la noche en vela y todo el día soliviantada, el recuerdo del fax y el eco de los chillidos de la rata al morir le habían impedido concentrarse en cualquier cosa. Por mucho que se dijera a sí misma que era una broma hecha por alguien con un humor muy negro, no conseguía quitarse de la cabeza las líneas de aquel papel... y además estaba la rata. Pobre criatura. Terapia de inhibición del dolor, estaba sufriendo seguro, y ella no la había matado pero... el alambre. Negó violentamente con la cabeza, como intentando echar esas ideas de su cabeza.

Se acercó a la papelera y miró en su interior. Por suerte no recogían la basura en el fin de semana. Apartó un par de artículos llenos de garabatos y allí estaba, el papel arrugado que había salido del fax. Lo cogió con las manos temblorosas e intentó estirarlo. La respuesta estaba ahí.

Cuando llevaba media página leída, un ruido procedente de la zona de las jaulas la sobresaltó. Se levantó para comprobar qué era. Tras un par de pasos dubitativos el sonido volvió a repetirse, era una de las ratas dando vueltas en su rueda. Intentó relajarse, pero su corazón seguía palpitando incontroladamente. No podía quedarse ahí. Recogió sus cosas y salió a la calle.

Sin ser realmente consciente de ello, se dirigió a un pub irlandés que estaba detrás del Hospital al que solían ir cuando a alguien le publicaban un artículo en una revista. Al entrar un par de parroquianos tomando Guiness en la barra se volvieron a mirarla. A parte de ellos, sólo había un hombre con gafas y un Mac que comía frutos secos y una cerveza de tamaño descomunal en una de las mesas. Se sentó frente a él y pidió una botella de Heineken a Sean, el camarero.
Imagen original de Fergu con algún retoque de brillos.

Media hora después, Martha soltó los papeles con un gruñido en su mesa. No había sacado nada en claro, la situación era ridícula, meras coincidencias y aún así... Se levantó y se dirigió al servicio. Al hacerlo chocó con el muchacho del portátil, que justo en ese momento se había levantado también.
- Perdona... -murmuró Martha mientras se apartaba. El hombre soltó un gruñido enfadado a modo de respuesta.
- Oye, ¡que ha sido sin querer! - le imprecó Martha -. No es para que te pongas así.
Se giró hacia él y se quedó helada. La cara del hombre estaba roja y congestionada. Asustada dio un paso hacia atrás y chocó contra una mesa, tirando un vaso.
- ¿Qué está pasando? - preguntó Sean desde la barra.
- Se.. se.. se está ahogando. Ha sido un accidente, yo no quería... no he hecho nada...
Sean salió de detrás de la barra y se acercó corriendo al hombre. 
- ¡Johnny! ¿Estás bien? - le preguntó a la vez que le daba golpes en la espalda. Mientras tanto la cara de Johnny se había tornado morada.
- Joder, no te mueras - gruño Sean mientras le intentaba hacer la maniobra Heimlich sin mucho éxito -. No se supone que tú eres médico. ¡Haz algo!
- Yo... no... no sé... -dije mientras me acercaba dubitativa. En ese momento el hombre dejó de moverse.
- ¡Está muerto! - gritó uno de los parroquianos.
- Mierda, voy a llamar a una ambulancia - dijo Sean mientras dejaba a Johnny sobre el suelo. Al alejarse miró acusadoramente a Martha.

¡No es mi culpa!, gritaba una voz en su cabeza. Pero podría haber hecho algo más... todavía podría... pero, no se atrevía, no después de tantos años... una muerte más. Dos si contaba la rata...
- ¡¡Sean!! Dame una botella de vodka, una pajita y un cuchillo afilado - dijo Martha mientras se arrodillaba junto al hombre muerto - y una pinzas. Vamos a hacerle una traqueotomía.
Martha limpió el cuchillo con el alcohol y lo acercó temblorosa a la garganta del hombre. No del hombre... Johnny... el alma perdida que ella había matado. Y ahora tenía que revivirlo. Realizó una incisión y con ayuda de unas pinzas de hielo sacó un cacahuete de la garganta del hombre. Colocó la pajita en la apertura y la fijó con cinta transparente.
- ¿Sabes hacer RCP? - le preguntó a Sean.
- ¿El qué?!
- Reanimación Cardio Pulmonar
- Ehm... sí, claro.
- Pues empieza, yo cuento y soplo, tú bombeas... 1, 2, 3, 4, - y sopló en la pajita -. Venga, Johnny, tienes que vivir.

Capítulo V

jueves, 21 de octubre de 2010

¿Un día como otro cualquiera? (Capítulo III)


Sábado. 19:00

Las líneas de código que estaba revisando bailaban delante de mis ojos. Estaba seguro de que ayer lo había dejado funcionando... pero esa estúpida "felicitación" me había despistado, seguro que no había guardado la última versión.
Con un suspiro me quité las gafas y empecé a masajearme los ojos. No había pegado ojo la noche anterior. Tendría que haberme quedado en casa, pero este maldito error me había hecho volver. Yo tenía planes, quería ir a dar un paseo por los muelles... o jugar durante 10 horas al WOW. Recogí las gafas y empecé a repasar el código que ahora parecía saltar al ritmo de la canción de Van Halen que estaba escuchando. Mi teléfono empezó a sonar a mitad del solo de guitarra.
- Johnny, soy Jefferson. Es genial saber que siempre se te puede encontrar en el despacho.
- Ehmmmm sí, claro. ¿Qué quieres, Henry? - dije con apatía.
- Espero que ayer no esperaras mucho el fax, me llamó el cliente por la noche para decirme que me lo mandaría hoy a primera hora. No te llamé porque estaba con Molly en uno de esos conciertos que ...
- Pero, si sí llegó - le repliqué mientras él seguía con su parrafada.
- ... y claro, no era posible llamarte - continuó sin escuchar mi respuesta-. En fin, que la cosa es que si puedes comprobar a ver si llegó. Te espero para que me leas un par de cifras y así me ahorro el viaje hasta allí.

Como un zombi me acerqué al fax y recogí las hojas que estaban allí acumuladas. Leí el membrete, uno de los  clientes de la empresa, parecía correcto. Me acerqué al teléfono y le leí a Henry cifras y fechas durante cerca de 20 minutos.

- Y eso es todo. Gracias, Johnny, eres genial. Sabes qué, creo que te mereces un incentivo. Tengo una caja de Bounties en mi mesa, en el primer cajón. Coge uno, muchacho, ¡pero no más, que estás fondón! Bueno, voy a ir cortando...
- Espera, ayer llegó otro fax, que te metí en un sobre y dejé en tu mesa.
- Pues no esperaba más faxes. Será de otra persona. Lo dicho, chico, que te lo pases bien... jugando con el ordenador. Jejeje - y colgó.

¿Y para quién era el fax? Sólo había una forma de saberlo. Me levanté y me dirigí a la mesa de Henry. Me senté en su silla de 1000 dólares, cogí el sobre con el fax y me recliné apoyando los pies en la mesa ébano. Abrí el cajón y cogí los dos últimos pastelillos que le quedaban. Mientras me comía uno saqué los folios del sobre y empecé a leer.

Instrucciones para la redención: Alma perdida
Si no cumple las siguientes instrucciones fallecerá irremediablemente en 10 días.
1º Sucumbir ante el ángel de la muerte.
2º Redimir al ángel caído.
3º Castigar a un ser pernicioso.
...

Alma perdida... LostSoul, ese era mi nick en el War Of Warcarft... me lo puso ella. Molly. Siempre me decía que había perdido mi alma, que no me interesaba por nada y que era un corazón solitario. Molly. Por eso se fue con... él.
Salté de la silla y me dirigí a mi mesa. Alma perdida, ¿quién se creía ese Henry Jefferson que era? Arrugué los folios que tenía en la mano y me acerqué a la papelera. En el último momento me arrepentí y los metí tal y como estaban en mi mochila junto con mi MacBook. Recogí mi chaqueta y la mochila y salí del despacho mientras despotricaba entre los labios.

Necesito una cerveza... una grande. O mejor un Four Roses... doble. Cuando salí del despacho me dirigí hacia el metro, rumbo a mi antro favorito, O'Donnell's.

Capítulo IV

martes, 12 de octubre de 2010

¿Un día como otro cualquiera? (Capítulo II)


Eran las 21:00 de un viernes por la tarde. El laboratorio estaba vacío a falta de ella... y de las ratas que paseaban intranquilas en sus jaulas. Martha cogió una pipeta y succionó una pequeña muestra del tubo de ensayo que tenía delante. Colocó la placa de Petri con la que estaba trabajando bajo el microscopio, aplicó el contenido de la pipeta en ella y observó el resultado. Sin reacción. Genial, cuatro horas desperdiciadas, suspiró mientras vaciaba el contenido de la pipeta en un contenedor de residuos y volvía a empezar.

El ruido mecánico de una impresora de agujas a su espalda hizo que se sobresaltase y soltara la muestra que tenía en ese momento en la mano, cayéndole sobre los pantalones. Perfecto. Mientras se limpiaba se acercó a la máquina de sintetización de encimas y buscó el papel que había causado todo ese estropicio. No había ninguno.

- Entonces, ¿qué máquina ha hecho ese ruido? - se preguntó en voz alta.

En ese momento el ruido volvió a empezar y Marta se giró rápidamente buscando su origen. Finalmente lo encuentró, el fax. Recogió las hojas que habían salido y las leyó por encima.

Instrucciones para la redención: Ángel de la muerte. 
Si no cumple las siguientes instrucciones fallecerá irremediablemente en 10 días.
1º Facilitar el suicido de una criatura torturada. 
2º Matar a un alma perdida. 
3º Resucitar un corazón solitario. 
4º Castigar a un ser pernicioso. 
... 

Con un gruñido arrugó las hojas y las tiró en la papelera más cercana. Ángel de la muerte. Así es como la llamaron después de su primer (y único) año de residencia cuando varios pacientes murieron tras su intervención...

- A ver, ¿quién es el gracioso? ¡¡Venga!! JA JA ¡Muy bueno! Ahora sal y mira el resultado de tu broma - gritó Martha al laboratorio solitario. Pero nadie le contestó.

- Será mejor que me vaya ya... antes de que termine de volverme loca...- ¿tan loca como para hablar sola, le susurró una voz en su cabeza.

Recogió las pipetas y placas, colocó todas las muestras en su sitio y empezó a ordenar sus papeles. Entre ellos encontró una tarjeta de felicitación que no recordaba en la que se veía una caricatura de un gato con unas bolas de cañón atadas a las patas y que decía "Los años pesan...". Al abrirla, junto con una inscripción escrita a máquina, había una frase garabateada a mano que decía "Mañana a estas horas habrás matado a alguien...". Malditos gilipollas. Tiró la tarjeta en la misma papelera que el fax.

Con lágrimas de rabia en los ojos se acercó a darle de comer a las ratas. Una de las ratas se había colado entre las paredes de su jaula, casi asfixiándose. Con mucho cuidado, sacó al pobre animal y volvió a encajar las paredes de la jaula.

- Ya estás, pequeña, en casa - le dijo cariñosamente mientras la volvía a poner en su cubículo. 

Al cerrar la puerta, un alambre suelto se le clavó en el dedo, haciéndole un buen porte. Se limpió la sangre como pudo y le dio un golpe con la grapadora al alambre. En parte para que nadie más se pinchara, en parte para descargar su frustración. Al menos había servido, ahora el alambre apuntaba al interior de la jaula, nadie se pincharía.

Mientras se ponía el abrigo escuchó un pequeño grito procedente de la jaula que acababa de arreglar. Al acercarse el corazón le dio un vuelco. La rata que antes había intentado escaparse de su jaula estaba empalada en el alambre con el que se había pinchado. ¿¡Pero qué coño está pasando!? Sus ojos se fijaron en la placa de la jaula: "Terapia de inhibición del dolor", una etiqueta roja pegada sobre ella rezaba "sin éxito". Un escalofrío recorrió la espalda de Martha, que cogió sus cosas y salió corriendo del laboratorio.

Capítulo III