viernes, 22 de octubre de 2010

¿Un día como otro cualquiera? (Capítulo IV)






Sábado, 20:30

Martha abrió la puerta del laboratorio y se asomó con cuidado. No había nadie. Sin hacer ruido cerró la puerta con llave tras de sí y se acercó a su mesa. Su cara se reflejó en una de las vidrieras. Vaya cara de muerta.

Había pasado toda la noche en vela y todo el día soliviantada, el recuerdo del fax y el eco de los chillidos de la rata al morir le habían impedido concentrarse en cualquier cosa. Por mucho que se dijera a sí misma que era una broma hecha por alguien con un humor muy negro, no conseguía quitarse de la cabeza las líneas de aquel papel... y además estaba la rata. Pobre criatura. Terapia de inhibición del dolor, estaba sufriendo seguro, y ella no la había matado pero... el alambre. Negó violentamente con la cabeza, como intentando echar esas ideas de su cabeza.

Se acercó a la papelera y miró en su interior. Por suerte no recogían la basura en el fin de semana. Apartó un par de artículos llenos de garabatos y allí estaba, el papel arrugado que había salido del fax. Lo cogió con las manos temblorosas e intentó estirarlo. La respuesta estaba ahí.

Cuando llevaba media página leída, un ruido procedente de la zona de las jaulas la sobresaltó. Se levantó para comprobar qué era. Tras un par de pasos dubitativos el sonido volvió a repetirse, era una de las ratas dando vueltas en su rueda. Intentó relajarse, pero su corazón seguía palpitando incontroladamente. No podía quedarse ahí. Recogió sus cosas y salió a la calle.

Sin ser realmente consciente de ello, se dirigió a un pub irlandés que estaba detrás del Hospital al que solían ir cuando a alguien le publicaban un artículo en una revista. Al entrar un par de parroquianos tomando Guiness en la barra se volvieron a mirarla. A parte de ellos, sólo había un hombre con gafas y un Mac que comía frutos secos y una cerveza de tamaño descomunal en una de las mesas. Se sentó frente a él y pidió una botella de Heineken a Sean, el camarero.
Imagen original de Fergu con algún retoque de brillos.

Media hora después, Martha soltó los papeles con un gruñido en su mesa. No había sacado nada en claro, la situación era ridícula, meras coincidencias y aún así... Se levantó y se dirigió al servicio. Al hacerlo chocó con el muchacho del portátil, que justo en ese momento se había levantado también.
- Perdona... -murmuró Martha mientras se apartaba. El hombre soltó un gruñido enfadado a modo de respuesta.
- Oye, ¡que ha sido sin querer! - le imprecó Martha -. No es para que te pongas así.
Se giró hacia él y se quedó helada. La cara del hombre estaba roja y congestionada. Asustada dio un paso hacia atrás y chocó contra una mesa, tirando un vaso.
- ¿Qué está pasando? - preguntó Sean desde la barra.
- Se.. se.. se está ahogando. Ha sido un accidente, yo no quería... no he hecho nada...
Sean salió de detrás de la barra y se acercó corriendo al hombre. 
- ¡Johnny! ¿Estás bien? - le preguntó a la vez que le daba golpes en la espalda. Mientras tanto la cara de Johnny se había tornado morada.
- Joder, no te mueras - gruño Sean mientras le intentaba hacer la maniobra Heimlich sin mucho éxito -. No se supone que tú eres médico. ¡Haz algo!
- Yo... no... no sé... -dije mientras me acercaba dubitativa. En ese momento el hombre dejó de moverse.
- ¡Está muerto! - gritó uno de los parroquianos.
- Mierda, voy a llamar a una ambulancia - dijo Sean mientras dejaba a Johnny sobre el suelo. Al alejarse miró acusadoramente a Martha.

¡No es mi culpa!, gritaba una voz en su cabeza. Pero podría haber hecho algo más... todavía podría... pero, no se atrevía, no después de tantos años... una muerte más. Dos si contaba la rata...
- ¡¡Sean!! Dame una botella de vodka, una pajita y un cuchillo afilado - dijo Martha mientras se arrodillaba junto al hombre muerto - y una pinzas. Vamos a hacerle una traqueotomía.
Martha limpió el cuchillo con el alcohol y lo acercó temblorosa a la garganta del hombre. No del hombre... Johnny... el alma perdida que ella había matado. Y ahora tenía que revivirlo. Realizó una incisión y con ayuda de unas pinzas de hielo sacó un cacahuete de la garganta del hombre. Colocó la pajita en la apertura y la fijó con cinta transparente.
- ¿Sabes hacer RCP? - le preguntó a Sean.
- ¿El qué?!
- Reanimación Cardio Pulmonar
- Ehm... sí, claro.
- Pues empieza, yo cuento y soplo, tú bombeas... 1, 2, 3, 4, - y sopló en la pajita -. Venga, Johnny, tienes que vivir.

Capítulo V

1 comentario:

Ferguson dijo...

Espero que no se muera. Que tiene un Mac!