jueves, 26 de febrero de 2009

Recuerdos encerrados

Dale primero al play.



Sentado en el quicio de una ventana el gato se relamía la cola, completando así su acicalamiento diario. El chirrido de la puerta oxidada al abrirse lo sobresaltó e hizo que saltara y saliera corriendo. Pero no se alejó, esa casa vacía había sido su reino en los últimos años y no iba a cederlo sin antes investigar quién quería usurpárselo.

Foto cortesía de Fergu

En la puerta había una mujer mayor que dudaba si adentrarse en la oscuridad de la casa abandonada. Encendió una linterna que llevaba en la mano y, finalmente, se decidió a entrar. Una baldosa suelta del suelo de piedra le hizo dar un traspiés y se apoyó en una cómoda cubierta de polvo y telarañas para no caerse. Recordaba aquella cómoda, se la regaló su madre el día que se casó, hace ya tantos años. Viejas palabras olvidadas volvieron a su memoria: "Puede que no le quieras, pero te dará todo lo que necesites. El amor llega con los años". Palabras vacías que nunca se cumplieron.

Avanzó hasta la escalera y subió con cuidado hasta el dormitorio principal. Allí había ocurrido todo. Después de tantos años de aparentar felicidad, de sufrir en silencio vejaciones, de querer morirse antes de volver a tocarlo, él había cometido su último error. El sonido de unas pisadas ligeras le hizo volverse, los ojos del gato se iluminaron a la luz de la linterna.

Perseguida por el curioso felino bajó de nuevo y llegó a la cocina. Con esfuerzo se agachó en el suelo y empujó la vieja hornilla. En otro tiempo, el hueco tapado por baldosas habían sido su escondite para los ahorros, ahora eran una urna fúnebre. Jamás se había explicado de dónde sacó el valor necesario para clavarle el cuchillo con el que le amenazaba siempre. Jamás se había explicado qué le impulsó a descuartizarlo y enterrarlo en su propia cocina. Pero jamás se había arrepentido.

Sin embargo ahora había vendido la vieja casa y pronto vendrían a demolerla. No podía arriesgarse a que alguien descubriera los huesos. Miró los restos con cierta aprensión y se puso los guantes. Lentamente los fue guardando en la bolsa negra que había traído. A su lado el gato maulló animándola. Ella se sonrió y miró con complicidad a su único testigo.

Gracias, Pablo, por tus fotos inspiradoras.

5 comentarios:

Ferguson dijo...

Me alegro que mis fotos te hagan pensar en asesinatos.

Quique dijo...

punto 1: sí, resulta preocupante que una foto de fergu te inspire ciertos relatos...

punto 2: coño, no sabía que esta casa estuviera tan cerca de la mía xD (la foto acojona...)

Miauz dijo...

¬¬ Pues no vuelvo a usar una foto de Fergu pa cuentos raros...

Ferguson dijo...

No hombre, usa las que quieras xD De eso se tratan las fotos, de inspirar. Si no inspirasen a nadie vaya mierda de fotógrafo sería.

En serio, me alegro un montón de que te haya gustado; el comentario #1 era en plan ácido a mi estilo xD

Anónimo dijo...

Susto :S

Menos mal que el relato es corto porque sino me cago (bueno, ahora es de día y no tendría mucho sentido, pero luego de noche pasa lo que pasa). Y encima me he acordado de una casa abandonada que había de camino a la facultad, por lo que miedo++ (no por la casa, sino por la facultad en sí xD).